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viernes, 16 de enero de 2015

LA MASONERIA ¿UNA ORGANIZACIÓN DISCRETA?

LA MASONERIA ¿UNA ORGANIZACIÓN DISCRETA?
Yván Pozuelo Andrés
Historiador, profesor en el IES Universidad Laboral (Gijón)

La Discreción, Claude Marie Dubufé, 1820

¿Por qué se define a la masoneria como una asociación discreta?

En mis primeros pasos por la investigación histórica enfocada al estudio de la organización masónica me resultó sorprendente que la bibliografía sobre la sociedad “secreta” por antonomasia fuera de un volumen tan extraordinario. Una vez separado el grano de la paja, me di cuenta que en la historiografía autorizada se había solventado esta falsedad cambiando el adjetivo “secreta” por el de “discreta”, así pues, se ha repetido en casi todas las obras de mayor calado científico que “la masonería no es secreta sino discreta”.

Al principio, este matiz parecía anodino, sin embargo, es a mi entender inexacto porque pertenece más al método del Dr. Couet que al científico, sirviendo este trabajo, abierto, pues, a ajustar aún más, la mira historiográfica sobre esta organización en este aspecto. El terreno en el que se adentra es resbaladizo, las interrelaciones constantes entre organización oficial, afiliados, secretismo y discreción, durante casi trescientos años, así lo dificultan, empero, estoy convencido de que se debe dar los primeros pasos que permitan a la historiografía deslizarse con mayor equilibrio por esta imperecedera sociabilidad burguesa, consistiendo este trabajo en rebatir esa reiterante afirmación difundida por masones, periodistas y ciertos historiadores. 
La Discreción, Claude Marie Dubufé, 1820

El Secreto, Fernand Knhopff, 1902. Museo Groening, Brujas

Cuando se califica a una organización no se hace aisladamente como si las demás no existiesen, sino al contrario, en comparación con otras. Los hombres tejieron sus relaciones sociales a través de la creación de múltiples asociaciones. ¿Cuántas y cuáles han sido definidas como discretas? Del gran abanico de asociaciones pasadas y presentes es la única, según mis conocimientos, en ser calificada insistentemente de discreta. ¿Cuáles son las argumentaciones para calificarla de esta índole?

Tarea siempre engorrosa la de tratar de si la masonería es o no es, dado la diversidad de masonerías existentes, desde la fundación de la masonería especulativa en 1717 hasta nuestros días y de los perfiles variados de sus afiliados, contando encima con la evolución del contexto histórico de cada región del mundo que determina sus idiosincrasias incluso para los más ortodoxos. En efecto, algún rasgo que era, ya no es, según para quién.

Estas fechas 1717-2008 de por sí desbaratan las teorías del “secreto” sobre esta organización, pues, estamos hablando de millones de individuos iniciados. En efecto, ¡cuánto tiempo para que desencantados revelasen su naturaleza, para infiltrarla, para incautar y desvelar su documentación! El tiempo hace mella en cualquier organización en cuanto a sus principios de secretismo e incluso de discreción si los tuviera. Demasiados años para que no se hable, desvele, calumnie o investigue el fenómeno.

Las máximas autoridades masónicas, que se sucedieron a lo largo de estos siglos a la cabeza de las obediencias, y sus detractores, interpretaron mil y una veces los orígenes, la naturaleza y los objetivos de esta asociación, divulgando generalizaciones, unas de índoles fantasmagóricas y otras verdaderas. Una de las fantasmagóricas más extendida fue la de considerarla como una organización secreta.

Como el conjunto de la historiografía ha desmentido esta caracterización procedente, primero, de diversos gobiernos de Europa y de los altos mandatarios de la Iglesia Católica del siglo XVIII, recogida en las centurias sucesivas por distintos gobiernos totalitarios y organizaciones católicas hasta hoy, no cabe referirse a ello más que como presentación a este estudio consistente en demostrar que tampoco fue ni es discreta.

¿Secreta-discreta para quién?

Tanto en su consideración de secreta como de discreta convendría preguntarse ¿Para quién? ¿En todos los Estados al mismo tiempo?

“Secreto” es desconocer lo que unos saben, suele conservarse a una escala de pocos individuos puesto que cuanto más lo saben más peligra el perder su condición, así como que lo que se debe conocer no puede trascender salvo a los que pertenezcan a ella, custodiando exclusivamente los afiliados su razón de ser. El secretismo y la discreción, desde el nacimiento de la masonería especulativa hasta la II Guerra Mundial, tenían cabida en la minoría de los sectores estudiados (eclesiásticos, nobles, burgueses y a partir de la aparición del movimiento obrero de varios de sus dirigentes), más allá del saber leer y escribir, estando la gran mayoría de la población sin escolarizar, marginada de los conocimientos universales, obligada a dedicarse a buscar los medios para simplemente sobrevivir, buscando trabajo o trabajando todo el día durante todo el año, viviendo ajena a esta preocupación asociativa.

De ahí que si algo fuera secreto o discreto lo sería para los miembros del sector de estudiados, situación persistente en la actualidad a escala mundial. Durante el periodo de Entreguerras (1918-1939), este sector se amplió, en unos escasos países con organizaciones socialistas, anarcosindicalistas y comunistas asentadas, a ciertos de sus militantes, individuos que levantaron, entre sus filas políticas, suspicacias por la doble pertenencia.

En esos Estados, el acceso a la Educación y a la enseñanza universitaria, a las bibliotecas, a los archivos, la multiplicación de los medios de comunicación con cierta libertad de expresión favorecieron esa ampliación, principalmente en la segunda mitad del siglo XX, provocando que la cuestión sobre el secretismo o la discreción de esta asociación pudiera concernir a más curiosos. De esta manera, la preocupación sobre el secretismo o discreción, durante los casi 250 primeros años de vida de esta organización, se vinculó a los sectores estudiados y acomodados de la sociedad.

Estos sectores se dividían en tres conglomerados: el primero compuesto por los defensores e indiferentes de la Orden, partidarios, en sus múltiples facetas, del Liberalismo, el segundo, formado por los enemigos de la Viuda, partidarios del Antiguo Régimen y/o fervientes católicos, reuniendo, el último, a los dirigentes del movimiento obrero en los que se perfilaban defensores, indiferentes y enemigos. Exceptuando a los indiferentes, ¿para quiénes la masonería fue realmente secreta o discreta?

La masonería ¿sociedad secreta?

Imprescindible es consultar la impresionante bibliografía sobre la masonería inventariada por el gran especialista español del fenómeno, el profesor Ferrer Benimeli en la que se evidencia que ya en el segundo cuarto del siglo XVIII, la masonería era un tema muy prolífico. La inmensa mayoría, por no decir toda, de esa producción carecía de método científico, aún así, nos permite observar que de secreto poco. El profesor Ferrer Benimeli cita decenas de periódicos y obras del siglo XVIII publicados en diferentes Estados en los que se trató de desprestigiar o ensalzar a la masonería.

Tras las primeras delaciones por parte de los masones sobre sus actuaciones, el sector humano que más contribuyó a exponerlos a la luz pública fue el conjunto de los prelados católicos que, desde el siglo XVIII hasta el XXI, según la evolución histórica propia de cada Estado, difundió ataques contra esta organización. Los eclesiásticos transmitieron informaciones a sus fieles sobre esta Orden, tergiversando y manipulando la realidad para contagiarlos de la “masonofobia”, dado el supuesto peligro que presentaban los masones por poseer medios económicos suficientes como para hipotéticamente comunicar y desarrollar progresivamente, sus deseos de desligar la sociedad civil de la tutela eclesial, en concomitancia con las combativas fuerzas sociales enroladas en las esferas ideológicas del socialismo y anarcosindicalismo.

Antes ya de las grandes convulsiones de los siglos XIX y XX, todas ellas relacionadas con la elección del tipo de organización económica, social y política de la sociedad e incluso antes de la Gran Revolución francesa de 1789, acontecimientos juzgados por los sectores conservadores como promocionados por la masonería, consideración desmentida por los historiadores actuales, antes ya, esta organización había dejado de ser una organización secreta.

No cabe aquí copiar una vez más los argumentos que demuestran que, a partir de su primera condena por parte de los Estados Generales de Holanda en 1735, seguida por otros Estados y la condena papal de Clemente XII en 1738, el velo del secretismo de la masonería se había definitivamente caído. A partir de allí, los eclesiásticos fueron los mayores promotores de la sociedad, publicando diferentes obras en las que se explicaba, con mayor o menor mala intención, a lo que se dedicaban la masonería y sus afiliados, formando una nebulosa atemporal que más tarde se entendió como antimasonería. La calificación de secreta fue clave para demostrar que la teoría de la conspiración procedía del mismísimo Demonio.

Las prohibiciones contra la masonería, las amenazas y las persecuciones que sufrieron algunos de sus integrantes revelan de por sí que de secreta nada. Esas prohibiciones, amenazas y persecuciones estaban impulsadas desde los puestos de mando encargados de mantener el Orden Público, o sea proteger a ciertos sectores de la clase dominante. En 1752, se publicó en España, es decir con el beneplácito de la Iglesia y del Rey, una traducción de una obra antimasónica italiana, Centinela contra Francs-massones, donde se apoyaba las condenas papales tras considerar el nombre de Dios profanado por esta sociedad, en la que podemos leer que “de la masonería mucho no se sabe, pero mucho no se ignora”. Este texto, según un anónimo en defensa de la masonería, fue “muy conocido en España”, a consecuencia del cual se sucedieron una serie de escritos. Uno de los grandes eruditos españoles del siglo XVIII, Fray Benito Jerónimo Feijoo, consagró unas líneas para poner en entredicho la relevancia del miedo a los masones, dudando de que los “Duendes”, como los denominaba el erudito, tuvieran ni las intenciones ni el poder descrito en el libro anteriormente citado y por consiguiente la condición secreta de la asociación, probando, este ilustrado, su fidelidad a la honestidad intelectual en contra de lo políticamente y católicamente correcto.

La defensa de Feijoo fue más una crítica a las versiones clericales que una defensa de los masones, en efecto, interpretaba la realidad masónica como una “sociedad de embusteros que de herejes”, destacando a una mayoría de alegres individuos y a una minoría supuesta con malos designios. Un siglo más tarde, Feijoo sería vapuleado por el “históricamente correcto” Marcelino Menéndez Pelayo que ensalzó el texto de 1752, acusando en su obra más famosa, publicada entre 1880 y 1882, a la masonería de ser uno de los instigadores de los “desordenes antirreligiosos y políticos que han dividido y ensangrentado a España”.

Si en el siglo XVIII se sabía lo que hacía la masonería y quienes pertenecían a ella, qué decir de los siglos XIX y XX en los que se multiplicaron los aprendices masones por todas las regiones habitadas del planeta así como el número de sus enemigos. Todos ellos, aprovecharon las mejorías técnicas de impresión para difundir las posturas a favor o en contra. Los gobiernos y la Iglesia del siglo XVIII, época en general, sin libertad de expresión ni de asociación, no contemplaban legalizar una organización que no estuviera bajo sus tutelas, colmando esa desfachatez el aceptar a hombres que confesaban otra forma de fe que la católica.

El concepto de secretismo sirvió a la Iglesia Católica para fomentar el espanto y el odio a los masones : quien se organizara fuera del cauce de la Iglesia no podía dedicarse más que a conspirar contra el estamento católico y sería en consecuencia excomulgado. Esta idea no era descabellada, sin embargo, de ahí a la práctica y a la destrucción completa de la institución católica existía un abismo.

Secreto es secreto, medio secreto ya no es un secreto. En esa misma centuria, las publicaciones antimasónicas, apartando de ellas las fantasías propias de sus autores, revelaban la estructura organizativa, los nombres de los masones (los verdaderos y los que ayudaban a la teoría de la conspiración), y las actuaciones dentro de las logias.

La utilización de seudónimos por parte de la masonería de influencia francesa constituyó, para sus enemigos, una prueba más de una asociación secreta. Sin embargo, no fue ningún obstáculo para citar a los masones, con nombre de pila y, desde entonces, con el alias. Cómo no rasgarse las vestiduras cuando en los últimos panfletos de mayor difusión sobre masonería en la España del Tercer Milenio se incide en que fue y es una sociedad secreta o que al menos sus integrantes comparten un secreto. Los medios de espionaje utilizados por diferentes gobiernos a lo largo de estos últimos siglos, las decenas de miles de títulos sobre masonería, no quebrantaron la persistente calificación de: ¡ser una organización secreta con casi 300 años de existencia!

Los autores antimasónicos actuales, creyentes, galardonados con múltiples premios y medallas, desconocen (pensando que su inquina sea producto de la ignorancia) los estudios de investigadores objetivos, independientes de la masonería y de las instituciones que desarrollaron una actitud antimasónica. Ejemplo científico es el caso del sociólogo alemán Georg Simmel, estudioso y admirador de las sociedades secretas, interesado por la relación de éstas con el secreto, quien determinó ya en 1908 -el año importa- como no podía ser de otra manera, que la masonería no era una organización secreta.

Aquí las palabras sí que cuentan. En efecto, las palabras “secreta”, “secreto”, “secretismo”, “una sociedad secreta”, “unos individuos que esconden un secreto” les confieren un carácter moralmente negativo, peyorativo, maquiavélico. Al principio afirmé que una organización se caracterizaba en comparación con otras.

Así pues, la masonería aparece en obras generales junto a varias organizaciones presuntamente secretas como, por ejemplo, sectas hindis, budistas, chinas, el Ku Klux Klan, la Cagoule, la Mano Negra, o, moda actual exige, a la espera de verla asociada a las maras, a la cienciología, a los mormones, todas ellas relacionadas con actitudes sociales hipócritamente reprobables como la violencia, la subversión, la extorsión e incluso con el pecaminoso erotismo. Desde otra perspectiva, positiva, se encuentran trabajos, como el del profesor de yoga Ramiro A. Calle que conservando la terminología de “sociedades secretas” asemeja la masonería con otras organizaciones cuyos principios iniciales estaban, según él, relacionados con la sabiduría, la búsqueda de la Verdad Absoluta, recogiendo el testigo de Fichte, filósofo alemán del siglo XVIII. Como es apreciable, hay para todos los gustos y más.

En cuanto a esta última teoría, recordando a la acertada respuesta de Feijoo a la propaganda antimasónica clerical, el que se encargó de rebatirla con aplomo fue otro filósofo alemán, Hegel. Así pues, para este autor, “todo el secreto de los masones consiste en que se piensa que hay algo detrás del símbolo”, desconfiando de la sabiduría expuesta por Fichte porque “quien conoce el pensamiento lo manifiesta, lo revela; porque manifestarse es la esencia del pensamiento. Por lo demás, o no se tiene el pensamiento, o se quiere dar la apariencia de poseerlo”.

¿Qué piensan los masones sobre esta cuestión?

Según el “idealista subjetivo” como denominaban Schelling, Hegel y a hasta Lenin, a Fichte, el secreto de los masones era que “existen y se perpetúan”. Así pues, consideraba a la masonería como una “sociedad separada y cerrada”, y no secreta, en la que el secreto era necesario para proseguir con la adquisición cultural emprendida anteriormente a la iniciación, pensamiento fuertemente influenciado por el contexto del Antiguo Régimen. Según el galimatías de Fichte, el secreto, ya en su época, se había hecho público, sin embargo, como buen masón, matizaría que aunque existan numerosas publicaciones sobre el tema, ninguna había revelado secreto alguno. La fórmula de la discreción no rondaba por sus pensamientos.

En cambio, ciertos masones de la segunda mitad del siglo XIX ya precisaban que eran discretos. El masón Francisco del Pino, un grado 33, Gran Secretario General del Supremo Consejo del Gran Oriente de España, aseguraba en El aprendiz masón, publicado en 1887 y dirigido a masones que el secreto de los misterios masónicos era “ejercer el bien sin ostentación ni vanidades”. Empero, como es habitual, hay variopintas versiones. Así, el escritor y masón extremeño Nicolás Díaz y Pérez en una obra considerada por la historiografía española como una de las mejores de las numerosas publicaciones de esa centuria, en primera página de su obra maestra sobre esta Orden afirmaba que era una “sociedad secreta”.

Otro ejemplo, en otra época, sacado de un masón de la masonería ortodoxa en contraposición a la militante de la francesa, el del masón Charles W. Leadbeater, clérigo británico que escribía en 1925 sobre la Orden un libro con título más propio de los antimasónicos, El lado oscuro de la Francmasonería, en el que precisaba en su prefacio que dejaría en “secreto los puntos que deben seguir siéndolo”.

Este tipo de declaraciones por parte de masones no ayudarían a desvincularla del secretismo.

Hoy en día, cuando todavía se interroga a los masones sobre el secretismo, además de repetir la frase que da lugar a este estudio, siguen fortaleciendo el pilar del secretismo que fundamenta la propaganda antimasónica clerical. En 2006, se ha publicado en Francia por las First editions, editorial cuyo éxito fue exponer, de manera sencilla, temas relacionados con las últimas tecnologías, un monográfico de carácter divulgativo sobre el hiramismo, escrito por dos jóvenes masones procedentes del sector ortodoxo, uno iniciado en 1991 en la Gran Logia de Francia y otro en 1998 en la estadounidense Gran Logia de Indiana. Estos hijos de la Viuda, se expresaron a la inversa de lo que habitualmente suelen confesarse sus hermanos. Empezaron afirmando que “tenemos algunos secretos que no puedo revelar y no los traicionaré” recalcando poco más allá que “todo se había dicho, escrito o debatido” sobre la asociación.

Comúnmente, los masones tratan de explicar que el o los secretos son metafísicos que cada cual lo encontrará gracias a los trabajos simbólicos. Es la correspondencia con las religiones de la misteriosa conexión íntima con Dios, prometida por el clero, a través del rezo y de la fiel práctica de los postulados religiosos. El secreto masónico es inexplicable e inexpugnable al igual que el detonante de los milagros cristianos, los bíblicos y los contemporáneos. Los que creen en los milagros creen, el secreto masónico releva de la fe. Pese a los esfuerzos de los masones en mostrar que no conspiraban contra la Iglesia, ésta no cambió su postura desde entonces.

Creador, William Blake

La Masonería ¿organización discreta?

No me aventuraré a decir quién fue el primero en matizar que la masonería no era secreta sino discreta dada la variedad y densidad del volumen de la producción sobre el tema.

En cualquier caso, la “discreción” fue siempre un concepto que atrajo a grandes escritores y filósofos como una noble sensación o actitud humana. Una virtud apreciada por Cervantes, encarnada por la heroína, inteligente, de una de sus obras pastoriles, Galatea donde la discreción era inteligencia e impermeable a las emociones, término recurrente en todas sus obras. Raros son los escritores que no hayan usado y usan esta faceta humana. En otros ámbitos, en el creyente, este concepto es un “Don de la Gracia Divina” o “naturalidad”. Se llegó incluso, no hace mucho, a exponer que la discreción es el gran secreto de los masones.

Los grandes difusores de la cultura que siempre formaron los escritores se unen para incensar la discreción como una virtud, incluso la virtud suprema. Estos escuetos apuntes sacados de varios horizontes tienen en común el posicionar a la discreción en un lugar privilegiado dentro de las cualidades nobles del ser humano.

Probablemente hartos de los ataques antimasónicos vertebrados sobre el secretismo malhechor, los tatarahijos de Hiram respondieron que su organización no era secreta sino honrosamente discreta. Así pues, como el secreto, en una organización, induce a lo oculto, lo sombrío, los enemigos de la masonería intentaron convencer a los desconfiados que sus intenciones y actuaciones sólo podían ser malignas o como mínimo maliciosas. La palabra “discreta” viene a suavizar la de secreta de manera a no rechazarla del todo, no vaya a ser que como a Sansón una vez cortado el pelo se quede sin fuerza, en este caso sin aliciente y afiliados, coyuntura improbable dado las posibles ventajas del proselitismo orientado hacia diversos campos, económicos, sociales, políticos e incluso intelectuales, que oferta este tipo de sociabilidad.

El adjetivo “discreta” confiere una cualidad positiva, en cambio, “secreta” ofrece negatividad, asociándose a contubernio o a fechoría. El secreto es el mal, la discreción es el bien. No obstante, en el fondo se quiere dejar claro que hay que guardar silencio sobre algo. Con “discreción” se quiere entender sabiduría, sensatez, cautela, prudencia, reserva, diplomacia, majestuosas cualidades todas ellas. El fondo es el mismo, el misterio no desaparece, difiere la connotación moral. Probablemente sea por ello que no convenzan a los que piensan, obviando las pruebas históricas, que es secreta. Secretismo y discreción implican que sus actuaciones como masones no cruzasen la frontera de la organización pasando al mundo profano, saliendo a la luz pública, ostentando su afiliación fuera de los recintos propios de la asociación.

“La masonería no es secreta sino discreta” sigue imperando en casi todas las declaraciones hechas por las autoridades masónicas en prensa, en estos últimos años, en principio porque los periodistas les siguen preguntando sobre el carácter secreta de ésta. A modo de ilustración, remito a las opiniones vertidas por los jefes de las masonerías españolas del presente siglo : Tomás Sarobe, el Gran Maestro de la Gran Logia de España, sus sucesores, el socialista José Corominas, José Carretero, la primera y ex Gran Maestra de la Gran Logia Simbólica de España, Ascensión Tejerina, etc. Algunos historiadores, de verdadero prestigio, bajaron las defensas en este aspecto, entendible por otra parte dada la gran laboriosidad consagrada a investigar, pensar y escribir la historia de las masonerías entre tantos ensayos y documentos no siempre fiables. Por ejemplo, en el 2000, un equipo de estos grandes investigadores publicó una útil enciclopedia sobre masonería donde se reconoce que “la masonería especulativa puede, no obstante, ser calificada de organización discreta con “secreto””.

La utilización de esta enciclopedia, me parece que, modestamente, refuta esa afirmación. En España, se siguió la misma estela, con una batería de obras periodísticas y masónicas. Como últimos ejemplos puede consultarse, el libro publicado por “Siete Masones Maestros” que como no podía ser de otra forma, en la primera página de su prólogo se puede leer la reiterada afirmación.

Para los masones la pregunta sería si la masonería dejaría de ser fundamental si no fuera ni discreta. Como marketing, los masones pueden se sepa lo que se sepa, que se sabe todo, repetir que es discreta ¿quién podría investigar las profundas intimidades espirituales del ser humano? Consiguientemente entonces, todos los seres humanos somos discretos, de ahí que no sea una particularidad de la masonería. La mística siempre tendrá argumentos al igual que la creencia en un Dios creador, en efecto, se descubra lo que se descubra, sus partidarios, podrán decir siempre que fue Dios quien está detrás de lo descubierto.

Los masones se autoevaluaron como discretos en contraposición al secretismo, no de antemano. Por este hecho, y con los antecedentes hagiográficos, resulta sorprendente que la historiografía haya aceptado este significante sin exponer ningún tipo de argumentación, sin usar la crítica.

¿Sobre qué sostengo que no es discreta? Sobre los propios relatos masónicos, antimasónicos y sobre todo historiográficos difundidos, junto a la documentación consultada desde que emprendí el camino de la investigación. Desgraciadamente no hay espacio suficiente para exponer todos los ejemplos que revelaron esta realidad, si bien a continuación ilustraré mi cometido con una sucesión de hechos, procedentes de diversas ramificaciones masónicas, en diferentes regiones del mundo y épocas de la historia contemporánea.

Hechos “discretos”

La masonería ortodoxa, la ubicada en Inglaterra y la tutelada por ella, que utópicamente se aferró a no reinterpretar los textos fundadores según la evolución del contexto histórico, en principio la más “discreta”, sobre todo en comparación con la francesa que se desvinculó de la británica por pretender enarbolar sus principios y sus actuaciones en la sociedad civil, no escapa del tópico.

En efecto, ya en el siglo XIX, la discreción cervantina se había esfumado.

Como ilustración, la celebración de un desfile público de los masones ingleses, militares, en 1807, en Montevideo, con motivo del Día de San Juan tras la invasión de lo que hoy es Uruguay ante los ojos de los autóctonos. Unos años más tarde, bajo el soporte escrito, el más revelador, en 1812, se publicó a modo póstumo una obra de un liberal, Thomas Paine, en inglés y en francés, sobre los orígenes de la masonería, uno de los temas que más preocupó a los masones, en la que se refería a libros publicados por masones, a partir de 1730 en Inglaterra, donde se desvelaban algunos rituales, cinco años antes de la primera condena pública.

Prosiguiendo con la ortodoxia, los edificios oficiales de la masonería estadounidense, blanca, la legítima, y negra, la bastarda, están anunciados en las señales de tráfico, sus miembros ostentan en su vida cotidiana símbolos en sus prendas, incluso anuncian su afiliación en las matrículas de sus coches.

Pasando a la masonería que quiso comprometerse con el mundo profano, la de origen francés, donde impera en la mayoría de los países latinos, los ejemplos sobre la ausencia de discreción son aún más elocuentes. Tomemos primero por referencia al país galo. La producción panfletaria antimasónica y promasónica fue permanente desde Barruel hasta hoy, difundiendo continuas acusaciones de complot antirreligioso y de infiltración masónica en los diferentes gobiernos. Desde el régimen napoleónico hasta la Quinta República, la masonería fue una cuestión recurrente.

Durante todo el siglo XIX, en repetidas ocasiones, en importantes momentos de la Historia contemporánea de Francia, la masonería francesa fue recibida, en delegación, por las máximas autoridades de la Capital gala. Una de sus salidas a la luz más espectaculares fue la que realizó con ocasión de la Comuna de París de 1871, donde unos diez mil masones salieron en manifestación con estandartes incluidos para situarse en el medio de los dos bandos en conflicto, los comunardos y los versalleses, para reclamar el fin de la violencia y la unidad nacional.

Por su parte, las masonerías españolas les recriminarían esa actitud. El Gran Oriente de Francia devolvería la crítica, en el siglo XX, con ocasión de la contienda civil española de 1936-1939 con el matiz de censurar la, según él, complacencia ingenua que los masones españoles profesaron durante la II República a los que participarían en el golpe de Estado.

Los masones franceses irritaron aún más a las autoridades eclesiásticas cuando, en 1877, el Gran Oriente de Francia decidió imitar al Gran Oriente de Bélgica que cinco años antes resolvió admitir, como norma general, a ateos en sus filas. La lucha que, a finales del siglo XIX, se llevó a cabo entre defensores a ultranza de las prerrogativas del clero y los partidarios de la separación de la Iglesia y del Estado a través de la laicización, salpicaría a los masones. Los dos frentes responsabilizaron a los masones del progreso laicista, cada uno caracterizándola por su bicefalia maniquea propia, el bien y el mal.

Las publicaciones de ambos bandos no daban a basto, cuando de pronto un hombre que hizo de la impostura informativa su profesión, el tránsfuga Leo Taxil, que cambió el anticlericalismo militante por un clericalismo antimasónico exacerbado, refrendó todo lo expuesto por la Iglesia, en folletos, libros y a través de la gran prensa de la época, durante más de diez años, con el agravante de sobrepujar lo dicho hasta entonces y describir las entrañas de la organización masónica como lugar privilegiado de la aparición de Satán, con sus correspondientes rituales demoníacos, provocando pues, un aluvión de panfletos.

Como paroxismo, la organización promovida directamente por el Papa León XIII, fiel seguidor de Taxil, de un congreso antimasónico internacional en 1896. Este Papa destacó entre otros aspectos por la publicación en 1884 de la encíclica Humanum Genus contra la masonería, con sus amplias repercusiones en las parroquias católicas ya que los prelados debían rendir cuenta de los dichos y actos del Pontífice a sus feligreses como así consta. Sobre la Tercera República se llegó a afirmar, desde las dos facciones, la pro y la en contra, que la masonería gobernaba a la sombra.

Y luego, se sucedieron el affaire Dreyfus, el de las fichas, más tarde, en los años treinta del siglo XX, el caso Stavisky y a finales del siglo XX los casos de corrupción en la Costa Azul, a la espera del próximo evento tendencioso que otorgue una vez más las culpas de todas las perversidades sociales y económicas de la sociedad civil a la masonería. Todas estas acusaciones tuvieron sus réplicas públicas por parte de los masones.

La masonería no dejó indiferente ni a los escritores de gran prestigio quienes dedicaron algún que otro relato a la Masonería. Siempre a título ilustrativo, se puede citar a Guy de Maupassant, que en 1882 publicaría un texto antimasónico liberal, Mi tío Sosthène, en el periódico republicano parisino Gil Blas. Otro gran escritor, en otra época y país, escribiría en ese mismo sentido una escena, en una de las obras más estelares del siglo XX, La Montaña Mágica, publicada en 1924, su autor, el alemán Thomas Mann. En ella, contestó –fue uno de los pocos en hacerlo- negativamente a la pregunta que da por título a este trabajo.

En cuanto a la esfera periodística actual, la casi totalidad de las revistas galas publican, cada año, en portada, algún dossier sobre el tema. Por último y como discreto colofón, las masonerías francesas intervienen, desde hace muchos años, en un programa semanal radiofónico con cobertura nacional, en el que tratan de sus asuntos.

¿En España?

La masonería fue el chivo expiatorio de todas las malandanzas de la clase dominante en la Historia contemporánea de España, a pesar de ser falso en su totalidad, una franja importante de españoles, los grupos conservadores, los reaccionarios, estaban convencidos y lo son todavía de que así fue, repitiendo continuamente esta visión.

Según el profesor Manuel Moreno Alonso, en 1819, la lucha contra los masones se estaba convirtiendo ya en una obsesión, ratificando lo dicho por el escritor Benito Pérez Galdós de que, en 1820, los misterios de la masonería pasaron “al dominio de las gacetillas”. Este literato decimonónico lamentaría que la masonería española de su época hubiera desvirtuado la de principio de siglo.

Los periódicos antimasónicos, masónicos y paramasónicos se multiplicaron tras la Gloriosa. En el último cuarto del siglo XIX, la masonería se posicionó en la escena principal a través de sus numerosas publicaciones dirigidas a los hijos de la luz y a profanos : El Diario de Badajoz, La Antorcha Valentina, La España Masónica de Madrid, La Humanidad de Alicante, La Acacia de Zaragoza, El Mallete de Barcelona, El Taller de Sevilla, La Verdad de Oviedo y un largo etc.

Sobre muchos de ellos nos falta por saber la amplitud de la tirada o de las suscripciones, pero esta carencia, en el caso de la investigación sobre discreción, es solventada por el gran número de publicaciones que demuestra que los masones quisieron publicitarse. Mención destacada merece la revista La Razón (1889-1891) creada por la logia castellonense Perfecta Razón, teniendo según el profesor Joan Uso i Arnal “una difusión bastante considerable” con 500 suscripciones. Como en otras muchas ocasiones en todo el territorio español, esta revista salió a la luz para contrarrestar los ataques antimasónicos, llevados a cabo, en esta ocasión, por La Verdad de Castellón que llegó a publicar nombres de masones.

Los improperios de esta revista antimasónica colmó la paciencia del Gran Maestre del Grande Oriente Español Miguel Morayta quien la denunció por calumnias e injurias, prestándose el juicio a un espectáculo público periodístico entre masones y antimasónicos con defensores de entidad como el integrista Ramón Nocedal. La revista antimasónica fue absuelta.

En Castellón se contempló además la organización por parte de la masonería de varias actividades con “proyección directa” sobre la “sociedad castellonense”, provocando grandes polémicas, llegando incluso a aparecer públicamente en una manifestación de corte liberal, en 1889. Ese mismo año, en otra latitud, en Asturias, los masones sacaron a relucir sus estandartes en una manifestación a favor de la ampliación del puerto de Gijón.

Incluso en los boletines o revistas estrictamente masónicas, exclusivamente para masones, sus autores escribían como si se dirigiesen a profanos, provocando al “voyeurismo”, conscientes de ser espiados por sus adversarios. Así, por ejemplo, se explica que redactasen contestaciones a los ataques antimasónicos a sabiendas de que la revista se destinaba a los masones que ya sabían que no se les aparecería Satán en las logias ni toda la trama conspirativa típica proclamada por los sectores clericales.

También era sujeto habitual en la prensa librepensadora como Las Dominicales del Librepensamiento. En la bibliografía publicada por Ferrer Benimeli, los ejemplos son numerosos.

Este bullicio publicista se vivió en paralelo en diferentes países como, por ejemplo, Cuba. Así pues, en la isla caribeña se sucedieron un “gran número de revistas y periódicos” de carácter masónico. El edificio de la Gran Logia de Cuba es un ejemplo más de la falta de discreción, situado en plena Habana con sus símbolos a la vista de todos. Volviendo a España, en 1892, se organizó uno de los Congresos Universales de Librepensamiento, en Madrid, contando la delegación española con 112 logias, 2 triángulos, 2 capítulos y unas cuantas Grandes Logias Provinciales y más de un medio-centenar de logias de fuera de España, congreso suspendido el mismo día de su inauguración por Cánovas. Este tipo de evento librepensador se celebró en diferentes países a finales del siglo XIX y a principios del XX.

Otra de las actuaciones públicas más habituales de los “pescadores de almas” fue su aparición, vestidos de masones, en los entierros de ciertos de sus correligionarios. Así pues, los hermanos españoles salieron con mayor o menor presencia en los entierros, en 1869, de Amable Escalante, del infante don Enrique y, en 1870, del General Prim.

A parte de la prensa de la época, estos acontecimientos fueron descritos en diferentes obras contemporáneas. Caso por ejemplo de la obra católica, apostólica y romana de Marcelino Menéndez Pelayo en la que se lamentaba de que “la Francmasonería, sociedad no ya secreta, sino pública y triunfadora, se exhibía en ostentosos alardes, nuevos en España, cuales fueron el entierro masónico del brigadier D. Amable Escalante…”, concomitancia masónica igualmente descrita por el anarcosindicalista y masón Anselmo Lorenzo.

Asimismo, España tendría una versión a la Maupassant, aunque bastante más mordaz y amplia en su obra, la de Benito Pérez Galdós quien describió el funeral masónico ofrecido al General Prim con una muy minoritaria presencia masónica en la Basílica de Atocha, siendo el lugar para oficiarlo lo más destacable.

Para terminar con la discreción del siglo XIX, añadir brevemente que las logias no dudaron en enviar hasta felicitaciones a los gobernantes, a la prensa y a toda una serie de profana sociabilidad cuando consideraban que se había obrado o publicado en el sentido de su ideario.

En el siglo XX, la discreción pasó de ser un juego de palabras a una recurrente hipocresía.

Ateniéndose a las informaciones divulgadas por historiadores con solera, por ejemplo, se sabe que los masones españoles, en 1904, en Roma, con ocasión de un Congreso Universal del Librepensamiento desplegaron sus insignias en una manifestación que pasó por la Puerta Pía. En el celebrado en París, en 1905, la masonería francesa invitó a un banquete a unos 3000 invitados, nada más y nada menos, que en la Torre Eiffel.

Como anacrónica discreción, se conservó múltiples cartas de las células masónicas dirigidas a los jefes de gobiernos. A modo de ejemplo, los miembros de una logia hispalense decidieron en el contexto de la I Guerra Mundial, en 1914, enviar al primer ministro del gobierno español una carta de felicitación por la postura neutral en la contienda.

Sin duda, de todos los periodos, el de los años treinta del siglo XX puso a prueba, el que más, la veracidad sobre la profundidad de la convicción masónica en torno a la discreción, dejándola maltrecha. No existió ninguna entidad de relieve, regional, nacional, europea e internacional que no haya sido solicitada o haya recibido cartas en nombre de los grandes orientes. En lo concerniente a España, la II República remató la muy supuesta discreción ya anteriormente quebrantada. Prosiguiendo con las cartitas, el máximo órgano del Grande Oriente Español (GOE) durante la II República, el Gran Consejo Federal Simbólico, dirigió, con motivo del advenimiento republicano, un telegrama de felicitación al primer Presidente de la República, que no era masón, Niceto Alcalá Zamora.

En lo más “light” de esa época, la revista masónica Latomia, cuyos miembros fundadores querían apartarse de los asuntos profanos y cuanto más si eran políticos y religiosos, tendencia minoritaria en ese periodo en el seno de las dos obediencias masónicas españolas, el GOE y la Gran Logia Española, que no sólo abrían la suscripción a masones sino a profanos también, descubriendo en sus páginas otros ritos que los conocidos en España. Por su lado, la prensa antimasónica, desde la derecha católica, arremetía permanentemente, ejemplo de ello, la revista antimasónica Gracia y Justicia que tiraba a 200000 ejemplares.

Los entierros de algún pez gordo masónico sirvieron de gran escaparate. Como ilustración, el acaecido en 1932 por el funcionario del Ayuntamiento de Gijón, Alberto de Lera, a la par Gran Maestre de la Gran Logia Regional del Noroeste del GOE, funeral que congregó a miles de personas que vieron desfilar los estandartes masónicos. Este ejemplo se repitió en diversas regiones españolas tanto en el siglo XIX como en el XX. Siguiendo en la región norteña española, en Asturias, en 1935, se lanzó un pasquín a miles de ejemplares como defensa a los ataques antimasónicos.

Ese mismo año, pasando al nordeste, tras oír en el Congreso de los Diputados que la masonería hacía política, masones afiliados a la Gran Logia Regional del Nordeste de España dirigieron un texto al Presidente del Congreso para contradecir lo dicho, documento al que, según Ferrer Benimeli, “se le dio gran difusión” .

En esa época, los masones no sólo preocupaban a los sectores católicos sino también a algunos grupos en el seno de las organizaciones obreras, inquietud producida por la afiliación de ciertos dirigentes. Esta polémica ya se había iniciado en el siglo XIX, en 1889, en el seno del anarcosindicalismo. Dos años antes, Anselmo Lorenzo, en abril de 1887, pronunciaba una conferencia en el Ateneo barcelonés sobre socialismo donde aprovecharía y proclamaría su afiliación masónica, afiliación que también expondría en sus memorias. Durante la II República, ese debate se recrudeció tanto en el PSOE como en la CNT donde se votaron resoluciones que prohibían la doble afiliación al estilo de la estampada, en 1922, por la Internacional Comunista. Uno de los militantes anarcosindicalistas durante la II República, José Peirats, diferenciaba, en 1936, a la anarquista FAI, “organización clandestina”, de la masonería, sociedad secreta.

Durante el exilio español, los masones exiliados obraron, tanto en su condición política como masónica, hacia las instituciones internacionales y gubernamentales de los países receptores para que éstas condenasen, presionasen y colaborasen para acabar con la Dictadura de Franco. Como ilustración, en 1946, José Maldonado, militante de Izquierda Republicana, en nombre de la Familia Masónica Española en Francia, dirigió una carta a los Cuatro Grandes Naciones y al Secretario General de la ONU. Tras la muerte del Caudillo, el GOE, en su retorno a España, se presentó públicamente a toda la prensa en 1977, liderada por el Gran Maestre Jaime Fernández Gil de Terradillos quién impulsó los contactos con todos los estamentos civiles e incluso con la conferencia episcopal.

Más cercanos a nuestra época, los ejemplos indiscretos brotan en la prensa, como se ha podido ya notar a lo largo de este trabajo, en referencia a la producción publicista y a las entrevistas de masones. Además, se anuncian coloquios, conferencias y charlas por toda la geografía española. A través de los rotativos, se descubren decisiones fuera de toda discreción como la adoptada por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y el Cabildo que convinieron, en junio de 2006, apoyar las diligencias para la rehabilitación de la sede masónica de Santa Cruz.

Asimismo, repitiendo las actuaciones de sus antecesores de los siglos XIX y XX, un sector masónico español, concretamente la Gran Logia Masónica Provincial de Castilla presentó públicamente en 2006, una revista, Conde Aranda, para nuevamente defenderse de los múltiples ataques de la antimasonería clerical. Incluso se avisa de la constitución de una logia en prensa días antes de su instalación, como el caso de la logia malagueña Heracles. Fuera de España, la discreción sigue la misma tendencia. En Venezuela, un miembro de la logia centenaria Pedro Cova nº28, remitió, con motivo del aniversario de instalación de aquella, una carta al periódico Correo del Caroní, en la que extractó la vida de la logia, citando incluso a los miembros actuales que la componen.

Hoy se puede entrar en contacto directamente con muchas logias de todo el mundo a través de Internet, existiendo portales generalistas sobre la materia e individuales de masones que rozan incluso el narcisismo, por un lado comprensible dado las metas filantrópicas autoimpuestas. En la mayoría de esas webs no se exige clave de acceso, incluso se incluye revistas internas.

¿Discreta?

Conclusión

El secretismo y la discreción se difuminaron con la aparición pública de los propios masones y de sus publicaciones. Sin embargo, alcanzaron la celebridad gracias a, o, por culpa de sus adversarios. Sobre el secreto y aunque en menor medida sobre discreción se han escrito válidos textos desde el siglo XVIII hasta nuestros días, empero, las verdades emitidas estuvieron y están recubiertas por montañas de mentiras, calumnias y empalagosos ensalzamientos, con el agravante de que cada día crecen de manera exponencial.

El secreto masónico es el secreto de tipo Polichinela. Demasiados polichinelas dentro de la masonería como para que sea secreta o discreta, empezando por sus máximos dirigentes que al fin y al cabo representan la orientación de la organización, siempre al tanto de dirigir cartas a los poderes civiles y en salir en la prensa, actitud legítima pero contraria a la discreción.

Para los masones y sus defensores fue y es secreta y discreta, y todo a la vez, según las circunstancias históricas y emocionales del momento. Para los antimasónicos clericales es secreta. Para los sectores obreros contrarios a ella ni lo uno ni lo otro, simplemente, fue considerada como una organización burguesa al servicio de los intereses de la burguesía. Dicho de otra manera, esta sociedad no fue ni secreta ni discreta para el sector de estudiados, cosa diferente es que se tenga una visión correcta de ella. Que la mayoría de la población en España no supiese nada de esta organización, desde el siglo XVIII hasta la II República, informada como mucho por las pastorales, no implica que haya sido discreta. Lo sería si la clase política y los sectores intelectuales no supiesen de ella, pero así no fue por norma general.

Los propios masones construyeron sus grandes paradojas. En efecto, sugerir, como lo hacen, que sus postulados son todos beneficiosos para la Humanidad, provoca una respuesta crítica hegeliana : ¿para qué entonces guardar, para unos pocos iniciados, la sabiduría en discreción entre símbolos?

La discreción conlleva la dificultad de obtener información, realidad ésta que cuanto menos se observa muy endeble. Ser discreto es no contar cuando no se pregunta pero también cuando se pregunta.

Las argumentaciones masónicas para calificarla de discreta son, como en lo secreto, metafísicas, utilizando este adjetivo para discernir la Cara de la moneda del misterio, virtuosamente noble, de la hasta entonces desaprobada por incomprendida Cruz que representaba el secreto, viciosamente oculto. De este modo, dejaron voluntariamente la puerta entreabierta a la especulación de la antimasonería clerical. En lo tocante a la historiografía, no existe argumentación pese a las reiteraciones de esta adjetivación en sus estudios.

¿Cuáles deberían ser sus características para que no sea discreta? ¿A partir de cuántas personas y a partir de qué nivel de conocimiento sobre ella sería necesario para separarla de la discreción? Estas preguntas no se le deben hacer únicamente a ella aisladamente sino a toda la sociabilidad. Por ejemplo, ¿quién sabe cómo se ingresa en Greenpeace? ¿Cómo preparan sus acciones? ¿Cómo se financian? ¿Se podría catalogarla de discreta? En este caso no, simplemente porque nadie la definió como tal. En cambio ¿qué sabemos realmente de ella comparada a la masonería? Quien dice esta asociación ecologista, dice de la de los Traperos de Emaüs, los Derviches, etc.

Que los antimasones clericales la califiquen de secreta y los masones de discreta entra dentro de sus lógicas, en cambio, los historiadores que desde hace tiempo desvincularon a la masonería del secretismo subrayando actualmente su discreción deberían replantearse esta consideración, desmentida por ellos mismos a través de sus publicaciones. Concluir que la masonería no fue ni es discreta, no quiere decir que masones y masonerías no lo hayan sido puntualmente, habría que indagar en el supuesto de esa discreción si lo fue por voluntad propia al margen de un contexto histórico persecutorio.

Los masones no se definieron de esta guisa desde un principio, todo lo contrario, estaban orgullosos de su secretismo, fueron empujados por las acusaciones de subversivos de los reyes y de la fe cristiana que recalificaron el supuesto misterio bajo la discreción. Incluso siempre hubo una cíclica actuación en relación a la discreción, secretismo y publicidad, entre masones “cistercienses” que lamentasen la degeneración de los masones “clunicienses”, convirtiéndose en unos y otros según las circunstancias.

En fin, la historiografía no se ha comprometido todavía en precisar este muy dudoso término definitorio. De todas formas, quedó claro que masones y masonerías quisieron salir de esa supuesta discreción desde el inicio de la masonería especulativa, a su manera, y a su ritmo, prontamente y perennemente desconcertados por la furia y constancia del militantismo antimasónico, sobre todo el católico.

Sacar, desde el prisma histórico hacia un modo divulgativo, a la masonería y a sus afiliados del sofismo de una sociedad discreta será tan difícil como el relativo a su secretismo.

Sansón y Dalila, Domenico Fiasella, entre 1625 y 1635, Museo del Louvre, París


Nota: Escrito por Yván Pozuelo Andrés
Historiador, profesor en el IES Universidad Laboral (Gijón)

http://www.tallerediciones.com/cuza/modules.php?name=News&file=article&sid=309

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