A esta altura, cuando ya hablamos del aporte masónico a la revolución y de las insostenibles "teorías conspiratorias", me parece oportuno, para terminar este tema, reproducir textualmente una declaración de la Logia Contrato Social que define, en líneas generales, la posición de los masones ante la emergencia del año 1789.
El historiador masónico Albert Lantoine (1868-1949) publicó el documento en su libro La franc-maconnerie écossaise et la politique générale au temps de la Revolution Francaise y el comienzo de la carta a todas la logias de Francia decía "en el Oriente de París, el vigésimo día del noveno mes de la Luz verdadera 5790. A la gloria del Gran Arquitecto del Universo, la Logia de Saint-Jean d`Ecosse du Contrat Social, la logia-madre del rito escocés en Francia, a todas las logias regulares y a todos los masones dignos de este nombre, Unión, Fuerza, Salud". La declaración expresaba textualmente:
"Francia acaba de conocer una revolución de la que no presentan ejemplo alguno los anales del mundo entero. Pero en medio de esos grandes acontecimientos que van a generarla, nuestra sociedad se encuentra fuertemente atacada por hombres que, sin conocerla, se han atrevido a calumniarla, y ha sido casi profanada por otros que, pretendiendo conocerla, abusan de algunos de sus principios para desviarnos de nuestro verdadero objetivo.
"No cabe duda alguna de que hemos ejercido mucha influencia en los grandes acontecimientos que inmortalizan los últimos años del siglo XVIII. Pero, ¿en qué ha consistido esa influencia? Eso es lo que nos proponemos examinar. Y este examen debe producir el doble efecto de destruir las nuevas impresiones con que se nos quiere alimentar y preservar a nuestros hermanos de las ilusiones nacidas de imaginaciones demasiado exaltadas.
"Muchos siglos antes de que Rousseau, Mably o Raynañ hubiesen escrito sobre los derechos de los hombres y hubiesen arrojado sobre Europa el caudal de luz que representan sus obras, ya practicábamos nosotros en nuestras logias todos los principios de una verdadera sociabilidad. La libertad, la igualdad, la fraternidad, eran para nosotros deberes tanto más fáciles de cumplir cuanto que nos preocupábamos cuidadosamente de mantenernos alejados de los errores y prejuicios que han provocado desde hace muchísimo tiempo la desgracia de las naciones. Acordaos de los elementos de nuestra doctrina y de las primeras instrucciones que damos a nuestros neófitos y estaréis de acuerdo conmigo en que no parecería sino que la Asamblea Nacional francesa haya recogido en nuestro seno la célebre declaración de los derechos del hombre.
"Una revolución que se fundase exclusivamente en la violencia no podría durar; la fuerza acaba siempre con lo que la fuerza ha encumbrado. No sucede lo mismo con una revolución traída por las luces, y lo propio de las verdaderas luces consiste en propagarse y extenderse cuando alcanzan determinado nivel. Así es como hemos influido realmente en la revolución actual, ilustrando en nuestros misteriosos talleres a una masa de ciudadanos que han llevado a la sociedad ordinaria nuestros principios y, por qué no decirlo, nuestras virtudes.
"Pero no hay que engañarse: nuestros principios no han pretendido jamás derrocar, mediante violentas sacudidas y procedimientos sanguinarios, las leyes civiles y políticas por las que rigen las naciones; una de nuestras máximas, respetada inviolablemente entre nosotros, proscribe de nuestros talleres todo lo referente a lo que vulgarmente se llama "cuestiones de Estado". Las formas de gobierno no pueden constituir ni el objeto de nuestros trabajos, ni un obstáculo para su éxito…
"Ya sea que el masón viva en una república, ya bajo una monarquía absoluta, moderada o mixta, en todas partes es ciudadano, en todas partes se somete a las leyes, en todas partes respeta a las personas que se encargan de hacerlas cumplir.
"Que no se crea, sin embargo, que esta sumisión a las leyes propias de cada nación, que esa inviolabilidad que reconocemos a sus jefes, no es otra cosa que apatía en lo que concierne a la felicidad de los hombres. Sería un error tan grande como creer que fomentamos en nuestros apacibles refugios esos movimientos tumultuosos, esas súbitas efervescencias que, al provocar el delirio en las almas, ensangrientan la tierra con el pretexto de restablecer la libertad y la igualdad. Nosotros somos amigos del género humano, pero nuestro amor por el hombre no degenera nunca en fanatismo. Queremos su felicidad, pero estamos convenidos de que debe ser obra de las luces y de las virtudes y de que los furores de la anarquía le son más funestos que las crueldades del despotismo.
"Hijos de la naturaleza fuertemente degradados por la perversidad de las pasiones y los prejuicios de la ignorancia, queremos regenerar la tierra, pero en ningún caso bajo un diluvio de sangre; queremos que todos los hombres sean libres, pero no creemos que haya que romper sus cadenas con la espada; queremos que los hombres se consideren y se quieran como hermanos, pero deseamos recordarles su origen común mediante una santa tolerancia de opiniones, una beneficencia inagotable, una paz inalterable.
"Hombres dirigidos por tales máximas (…) han debido ejercer la influencia propia de la sabiduría y la virtud sobre esa nueva legislación que ha puesto los fundamentos de una constitución monárquica que hace reinar al jefe hereditario del Imperio mediante leyes, convirtiéndolo así en centinela vigilante de la libertad pública y entregándole un cetro tanto más poderoso cuanto que le ha sido confiado por todos para la felicidad de todos, un cetro tanto más digno de nuestro respeto y de nuestro homenaje cuanto que ya no es el emblema espantoso de la tiranía, sino el signo precioso de esa realeza que la sabia razón inspira a todas las grandes naciones que desean garantizar la felicidad mediante el cumplimiento de las leyes que se han dado a sí mismas.
"Debemos, pues, venerar la nueva constitución francesa; debemos apoyarla con el prestigio de nuestras virtudes, con la expansión de nuestras luces; siendo los ciudadanos más virtuosos y más instruidos, debemos ser los primeros en dar ejemplo de obediencia a los decretos aceptados o aprobados legalmente; debemos multiplicar nuestros esfuerzos para convencer progresivamente a aquellos entre quienes vivimos de que no hay felicidad sin paz y de que no hay paz sin sumisión a las leyes".
Emilio Corbière afirma y yo sostengo, que aquel era un programa del liberalismo histórico dentro del modelo en los prolegómenos de la revolución burguesa. Pero sostener la plena libertad de consciencia, reconocer la sujeción del monarca o de la república a la ley, "regenerar la tierra", invocar a la "sabia razón", y no a Dios o a la Iglesia, era subversivo para la mentalidad del viejo régimen absolutista. Esta orientación liberal moderada es otra razón para rechazar la teoría del "complot masónico".
Christian Gadea Saguier
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